domingo, 3 de marzo de 2013

La letra escarlata

Hacía tiempo que no leía uno de esos clásicos intemporales. 

Suelo aprovechar para luchar con un libro abierto contra la hora y media o dos horas diarias que intentan robarme los vaivenes del trasporte público. Como me suelen obligar a un ritmo de lectura entrecortado y ruidoso, o a horas intempestivas, aprovecho para destripar novelas ligeras o relatos breves, desde que me propuse no tocar en estos lapsos la literatura científica ni la prensa hueca. 

Con éste fue diferente, supongo que porque a pesar de su lenguaje arcaico y abigarrado, también iba de vaivenes, juzgamientos, escrutinios y exposición a la opinión pública. Así, me imaginaba como Hester Prynne, rodeada de gente que hacía un paréntesis en sus afanes consuetudiarios para observar a esa mujer de paso, marcada por la ignominia. 

La protagonista había sido librada, por la gracia de Dios y de un benévolo letrado, de la pena de muerte por cometer adulterio. A cambio, había sido obligada a portar una letra "A" en rojo escarlata durante el resto de sus días, bordada sobre su pecho, junto al bebé fruto de su vientre y de su pecado. De esta forma, era constantemente expuesta a los desplantes, vejaciones y desprecios de sus conciudadanos.

La mujer asumió su carga con total entereza y a pesar de las presiones se negó a delatar a su cómplice en el crimen, precisamente el párroco de ese pío y ortodoxo pueblito de Nueva Inglaterra.

Así, mientras ella soporta las humillaciones de sus vecinos, él continúa siendo venerado a los ojos del mundo. Pero pasado el tiempo, la letra bordada se va convirtiendo en un símbolo de empoderamiento en la mujer, mientras que el hombre paga su culpa con una herida en el pecho. Una herida que le desgarra por dentro, aún más roja, más profunda y más hiriente, también en forma de "A".

Me he emocionado al leer los pasajes en que Herter Prynne "se cruzaba con alguna de las autoridades, un venerable ministro o magistado, modelo de piedad y de justicia al cual, en aquellos tiempos tan inclinados a la veneración, la gente consideraba como a uno de esos seres privilegiados que alternan con los ángeles". Entonces, el infame objeto rojo latía sobre su pecho compulsivamente y sólo era capaz de bajar la mirada. 

Cuando yo levanto la mía de la lectura y observo a mi alrededor, pienso en cómo contaríamos el cuento en nuestros días. Pienso en qué tipo de crímenes juzgaríamos. Pienso en quién es el juez, quién el letrado, quién el testigo. Quién ostenta la autoridad moral y el bastón de mando.

Pienso en cuántas cruces observamos en las frentes despejadas, y cuántas letras escarlatas desgarran la piel bajo un traje y una corbata.


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