martes, 26 de febrero de 2013

El niño que me mira

Intento correr más deprisa pero ese niño no deja de mirarme.



Es un niño muy bueno.

Se levanta pronto, al despuntar el sol.

Retira de la cama las sábanas húmedas, con cuidado de no despertar a su hermano Edmund.

Camina sigilosamente por el suelo embarrado hasta salir de la estancia, para echar un vistazo a las gallinas de la verjita de fuera (el día que desaparezcan será su perdición).

Mira ver si alguna ha dejado un regalito, si es así tendrán un desayuno de lujo y si no, se conformarán con el mendrugo y el vaso de leche de cada mañana.

Despierta al resto, enciende el hornillo y calienta la leche.

Se sienta a esperar unos minutos.

Poco a poco, sus seis hermanos pequeños van apareciendo, con los ojos entreabiertos.

Se sientan todos en círculo, rezan y disfrutan de los primeros bocados del día, mientras al fondo canta un gallo.

Se oye una melodía lejana al estilo reggaeton, las mil interferencias de una televisión por cable y el lamento imperturbable de la descomposición de los desechos que se esparcen por doquier…

… que ya me están anegando la suela de los zapatos.

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