lunes, 11 de marzo de 2013

Descripciones livianas


 En Combray, todos los días, desde que empezaba a caer la tarde y mucho antes de que llegara el momento de meterme en la cama y estarme allí sin dormir, mi alcoba se convertía en el punto céntrico, fijo y doloroso de mis preocupaciones.

(...)

Ahora ya no era como hacía un instante, ahora ya no me había separado de ella hasta mañana, puesto que mi esquelita iba, enojándola sin duda, a hacerme penetrar, invisible y gozoso, en la misma habitación donde ella estaba, iba a hablarle de mí al oído; iba a abrírseme, como un fruto maduro que rompe su piel y dejaría brotar, para lanzarla hasta mi embriagado corazón, la atención de mi amante al leer la carta.

(...)

 Mandó por uno de esos bollos, cortos y abultados, que llaman magdalenas, que parece que tienen por molde una valva de concha de peregrino.


(...)


Un golpecito en el cristal, como si hubieran tirado algo; luego, un caer ligero y amplio, como de granos de arena lanzados desde una ventana de arriba, y por fin, ese caer que se extiende, toma reglas, adopta un ritmo y se hace fluido, sonoro, musical, incontable, universal: llueve.





"En busca del tiempo perdido". Marcel Proust.

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