martes, 26 de febrero de 2013

El niño que me mira

Intento correr más deprisa pero ese niño no deja de mirarme.



Es un niño muy bueno.

Se levanta pronto, al despuntar el sol.

Retira de la cama las sábanas húmedas, con cuidado de no despertar a su hermano Edmund.

Camina sigilosamente por el suelo embarrado hasta salir de la estancia, para echar un vistazo a las gallinas de la verjita de fuera (el día que desaparezcan será su perdición).

Mira ver si alguna ha dejado un regalito, si es así tendrán un desayuno de lujo y si no, se conformarán con el mendrugo y el vaso de leche de cada mañana.

Despierta al resto, enciende el hornillo y calienta la leche.

Se sienta a esperar unos minutos.

Poco a poco, sus seis hermanos pequeños van apareciendo, con los ojos entreabiertos.

Se sientan todos en círculo, rezan y disfrutan de los primeros bocados del día, mientras al fondo canta un gallo.

Se oye una melodía lejana al estilo reggaeton, las mil interferencias de una televisión por cable y el lamento imperturbable de la descomposición de los desechos que se esparcen por doquier…

… que ya me están anegando la suela de los zapatos.

Mi compañero de biblioteca

Me encuentro delante de una pantalla de ordenador, en una biblioteca pública. Observo mi reflejo sobre el cristal, sobre el plástico, borroso entre las letras titilantes, estrellas negras fugaces sobre un cielo de papel.

Existo. Parece ser.
Es martes. A media tarde.

Tengo los ojos hinchados y las pestañas cuajadas de rocío. Escribo incoherencias que mando a mi cuenta de correo, que no espero colocar en ningún lugar, ningún día. El silencio devuelve mis silencios, que convierten el sonido del entorno en ruido ensordecedor, de un café manchado mojado en magdalenas, de un suspiro, un golpe en la pared, una pasta de dientes de la marca del súper deslizándose sobre el cepillo, una llave envuelta en óxido abriendo una puerta anciana, y una campanada, la única amiga que me recuerda, de madrugón, que siempre voy con retraso.

Doy respuestas a las preguntas que no me hago, al levantarme, al vestirme, dicen, con la ropa de mi abuelo, al sentarme en mi puesto, sin rechistar, al asentir sin vergüenza a todos los rastreros con los que me cruzo día sí, día también, al freírme un par de huevos, sin patatas, que engullo a dos carrillos, al acostarme entre el fango del hastío de dejar correr el tiempo entre mis dedos.

Rehúyo las hipotecas en pos de pagar un alquiler desorbitado, renuncio a un ordenador para aprender un idioma que nunca compartiré con sus nativos, no me acuesto dos veces con la misma persona para no atormentarme con las mil minucias de un posible compromiso, no discuto con mi jefe por altruismo indecente, por máxima cobardía… en fin, que ni tengo hogar, ni amor, ni empleo, sólo una vorágine circunstancial discordante arrastrándome al vacío.

Me adelanto a mi sometimiento, sometiéndome a mis designios, luchando contra la nada. Podría considerar que me invade la fortuna de la inmundicia. Las lágrimas se borran de mis mejillas aún antes de haber brotado entre unos párpados semiabiertos. Tengo un llanto crónico, afásico, disártrico, congelado en las pestañas. Huyo de mí y de mis miedos no aprendidos, con un perfecto ademán caballeroso. Intento aliviarme, a diario, masturbándome con ese juguetito vulgar, cistrónico, casi místico, que me compré el día de mi último cumpleaños, cuando nadie me llamó.

Empiezo a sentir asco del placer, de practicar un sexo indefinido entre la adolescencia y la senectud, de tener amantes con un solo pase y un pase para vivir que cuesta más de lo que valgo, de pensar que habría elegido seis mil millones de vidas antes que la mía, de no hacer nada para cambiarla, de ser rebelde sin causa, de no tener un motivo, más aún que para vivir, para morir siquiera, de consistir en pasar, vomitando cuanto ingiero, de no marcar mis huellas, de levitar, de este continuo sopor, este coma consciente, este sueño de día, y este insomnio incomprensible en el vacío de la noche. Siento asco de mí, de haberme anclado en un punto, imposible, incandescente, entre el futuro y el pasado. Hoy. Ahora. Vivo. Porque existo. Y no soy yo.   

jueves, 21 de febrero de 2013

Eterno instante fugaz





Tan mío, como la libertad es del preso
y la paz, de aquel fusil oxidado.

Tan tuyo, mi corazón en la mano, que te abrasa,
y mis ojos en tus párpados,
cegados de tanta luz.

Tan grande, el continente, que estallado,
de lágrimas y besos esparcidos por la almohada,
mojada y somnolienta.
De esperar. Se ahogó.

Tan lleno el vaso se ha ido a derramar,
tu sal, sobre mi sed,
para que calle a gritos tus ausencias.

Y al fin, al fondo, del túnel, vacío, 
sin ti,
ni tú,
ni yo,
ni eres, 
ni hoy, 
ni ayer, 
ni vas,
ni habrás estado aquí.

En mí.

Eterno instante fugaz.

domingo, 10 de febrero de 2013

El caballo y su jinete

El escritor alza sus ojos del papel. ¿Para qué escribo?, se pregunta. ¿Es una generosidad o un egoismo? ¿Qué espero de escribir?, ¿es algo inevitable como la llegada de la primavera o del atardeder o de la muerte?

Algún día escribí para destinatarios favorables, que se complacían o se condolían conmigo ¿Quería ser yo, o quería -probablemente- ser algo más que yo? Quizá fueron aspiraciones excesivas. Quizá mi deseo fue disfrutar doblemente del instante -disfrutarlo y contarlo- y descansar en la esperanza de que otro habría después de él, formando un tiempo inagotable. Era una situación efímera pero dichosa en que todo lo amado parecía asequible. ¿Cómo no creer entonces que el arte podría salvar al mundo, o podría salvar al hombre? (...) Pero, ¿quién es capaz de abandonarse al instante sin cuestionarse a sí mismo? Un escritor, no. Y si es imposble comprenderse, ¿cómo se comprenderá a aquel a quien nos dirigimos? (...)

Todo es confuso hoy. Vivo en un tiempo que ha dejado de ser mío y en un lugar que no me pertenece. El tiempo es nuestro cuando nos llena y lo llenamos, cuando tratamos de mejorarlo de acuerdo con nuestros semejantes y damos por hecho principios de los que ni siquiera es necesario hablar. Pero, si es que los hay, ¿cuáles son los principios de este tiempo, al que me asomo desde fuera, como desde una ventana alquilada, y lo contemplo extraño a mí, y me llega el fragor de su ajetreo con la turbiedad con que le llegaría a un sordo que, desganada, acaba por volver la cara contra un muro? (...)

La realidad -que puede ser cruel, pero no engaña- ha dejado su sitio a la metáfora; el creador, al intérprete; la vida exigente y auténtica, al teatro; el contenido, a la forma. Los residentes de este difuso manicomio se mueven en función de la moda, de la fama y de las marcas, manejados por poderes incógnitos. (...)

¿Para quién, pues, escribo? Para el pasado, no. Para lo que en el presente quede de su luz. Para los escasos seres de carne y sangre que, antes o después, se acogerán a un gueto que los proteja de la agresión gratuita, de la superficialidad, de la ceremonia gestual y el odio a la ternura; y para quienes, en contra de la corriente, se empeñen en seguir escrutando el lenguaje cifrado en que se han ido convirtiendo las palabras...

No sé bien para quién escribo, ni por qué, ni qué espero, ni si espero. Me refugio en la vieja leyenda exculpadora: "¿Dónde vas?", le preguntaron a Itzig, el jinete. "No lo sé - respondió-. Preguntádselo a mi caballo".

Sin que las cosas lo adviertan ha anochecido. El escritor no da la luz; baja los ojos y continúa, a ciegas, escribiendo.



 "A quien conmigo va".
Antonio Gala.

lunes, 4 de febrero de 2013

El mundo explicado a un Padre



Hijo:
Mira papá, un  mundo nuevo he comprado.

Padre:
Juguete de moda dicen que es ese
más no te distraigas, no sea que me pese
el darte caprichos y hacerte mimado.

Hijo:
No padre, jugar a ser Dios divierte
pues soy para ellos un ser supremo
y si no los cuido, su destrucción temo
pues les llega eso que ellos llaman muerte.
Necesario es pues ser bien responsable,
que estas criaturas, si bien no son necias
sólo necesitan alguien que les hable
nomás por guiarles en sus peripecias.

¿Ves padre que azul mundo me he comprado?,
esos picos grandes los llaman montañas
y lo verde y liso dicen que es un prado.
Hay miles de flores, árboles, cabañas,
lagos y volcanes, ríos y poblados.
¿Y sabes qué es mejor que todo eso?,
los seres vivientes llamados humanos,
que son racionales, sí, que tienen seso,
mas hay que andar listo, pendiente y avieso
por si ese poder se les va de las manos.

Padre:
¡Hay que ver que avances de tecnología,
quién podía decir que esa nueva empresa
iba a conseguir fabricar un día
juguete con seres que tienen cabeza!
Mas hijo, una duda a mi entendimiento,
¿tiene el juego fecha de caducidad?

Hijo:
Con lo que responda sepas que no miento:
se están preparando para mi mensaje,
la clave de estreno, Suprema Verdad.
En fábrica dejan que fragüe el paisaje,
en la tienda crean la Humanidad,
en casa les dejo que se pongan traje
y ahora los tengo que civilizar.
Esta llave es llamada Jesucristo,
en el mundo pone en marcha el motor,
da reglas de vida en un visto y no visto
y para los hombres es un Salvador.
Desde entonces dos años nos va a durar,
que son dos milenios en su calendario,
pues aunque atención no falte a diario
del libre albedrío no puedo privar.

Padre:
Bien hijo, está bien, ¿qué quieres que diga?,
no saben qué hacer las nuevas empresas,
sólo me da miedo que utilices seres
para divertirte, si tienen cabeza…

(Continuará)