"No quiero vivir más que para el éxtasis. Las pequeñas dosis, los amores templados, todas las medias tintas me dejan fría. Me gusta la extravagancia. Las cartas que transporta el cartero abrumado bajo su peso, los libros que rebasan sus cubiertas, una sexualidad que hace saltar los termómetros".
Siento que mi avidez es tan honda y tan genuina que asusta y crea rechazo. Miro a mi alrededor y todo me parece tan tibio, tan ligero, tan intrascendente como si de un decorado de cartón piedra se tratase, como si fuese a desvanecerse al mínimo roce. Las palabras medidas, los convencionalismos, las sorisas forzadas, las manos temblorosas... me rozan como una suave brisa, pero no me penetran.

Tras la atormentada búsqueda al fondo de mí y mis circunstancias, tal intensidad en mi haber, no encuentra receptor, no se transmuta, no se entrelaza. Mi nítida materia se deshace en el intervalo transfuga de la dádiva. Dádivas de poemas incomprendidos, de caricias amortajadas y besos esparcidos por la almohada. Es como dar de comer a los burros las flores que cuidé con tanto mimo.
Es como si nada estuviese a la altura de mis circuntancias. Me elevo tanto y tan lejos, que ya no camino, no piso fuerte. Honda por dentro, por fuera liviana.
Así, paradójicamente, me convierto en mera espectadora de la parodia
viviente que me rodea, y acabo preguntándome si no estoy acaso menos viva que el resto de
cobardes de los que me compadezco.
O si no estaré muerta ya...
"Diario íntimo 1931-1934". Anaïs Nin.
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