jueves, 29 de noviembre de 2012

Preguntas huérfanas y respuestas náufragas



Cada noche ese bendito fardo de preguntas en la mesa de mi escritorio.

¡En buena hora me presté a echarle una mano al cartero el día que lo encontré resplando en el rellano!

"¿Qué le ocurre, buen hombre?"

"No puedo más. En los últimos meses se me han multiplicado los repartos y no solo no me han puesto un ayudante sino que me amplian el horario... ¡y me bajan el sueldo! Y ya no lo doy. Es que no lo doy. Hasta que no acabe la faena no me puedo marchar. Ya no como, no duermo, me estoy quedando en los huesos. Y mira que trago con las multas, con los recibos, con las notificaciones, con los giros, con los cheques, incluso con la propaganda. ¡Pero no puedo con las preguntas!, cada día son más, de mayor urgencia, la mayoría devueltas por ausencia, desconocimiento, rehúso, dirección incorrecta o defunción del destinatario. Esto ya no hay quien lo aguante, ¡no hay quien lo aguante!, !yo me declaro en huelga y al carajo con la correspondencia!"

"No, por Dios, buen hombre, usted tiene una labor muy importante. Ande no se preocupe, déjeme que yo le ayude con las preguntas, que seguro no será para tanto".


¡En buena hora!


Como soy mujer de palabra he convertido mi sien en refugio de huérfanas incógnitas.Todas las noches encuentro reposando en mi escritorio un buen fardo de ellas atadas con cordel y nudo marinero. Las desenvuelvo, una a una, las mastico y las digiero. Son de un amplísimo espectro: inquirientes, sencillas, sofisticadas, taladrantes, sosegadas, angustiosas.

Tras un minucioso análisis, dedico el mayor tiempo posible a buscar destinatarios.

Pregunto a mis padres por las relaciones paternofiliales.

Pregunto a economistas por el devenir de nuestro sistema financiero.

Pregunto a mi profe por la educación.

Pregunto a mi jefe por el trabajo.

Pregunto a médicos por la Salud.

A sociólogos por lo social.

A agrícolas por lo agrario.

A ricos por el dinero.

A pobres por el sustento.

A ingenieros por la  Estructura.

A artistas por la Forma.

A teólogos por Dios.

A amantes por el Amor.



Las preguntas son demandantes, como niños perdidos buscando a su madre. Se oyen cada vez con más fuerza. Chillan, imploran, inundan las calles.





Mas creo que las respuestas emigraron hace ya bastante tiempo, quizá en barco de vapor, quizá en patera, cabizbajas y silenciosas, pañuelo blanco en mano y lágrimas en los ojos, pues nadie las fue a despedir.


Y aquí nos tenéis, herederos sin tierra, pancarta en mano y cuchillo en la garganta, ciudadanos de un mundo de preguntas huérfanas y respuestas náufragas.

domingo, 7 de octubre de 2012

Porrazos de algodón

Recuerdo a mi padre hablándome de la conquista del Estado de Bienestar. Íbamos caminando bajo la lluvia al borde de la bahía y todos los paseantes parecían sosegados. Tenía unos diez años y pensaba en lo tedioso de haber nacido princesa.  

Recuerdo sentir la sangre estancada, una suerte de añoranza de lo nunca vivido, una incómodamente apacible sensación de mecerme entre algodones.


A los quince mi universo comenzó a  expandirse. Recuerdo mi sorpresa al descubrir que pertenecía a ese 1% que engullía los recursos del otro 99%. Visualizaba un enorme abismo entre ellos y nosotros. Lloraba ante las imágenes del televisor y las cifras de niños fallecidos por inanición. 

Desarrollé un perturbador complejo de culpabilidadad y un frustrante sentido de la responsabilidad. Quería hacer algo y no sabía cómo acercarme.


A los veinte empecé a advertir que el vuelo de una mariposa en el Pacífico me pellizcaba los cachetes y  que mi pestañeo azotaba el desierto del Sahara.  Me convertí en ciudadana del mundo, parte de un Todo, cohabitante y corresponsable, reo y verdugo. Se tambalearon mis cimientos y se disiparon mis complejos. 

También dejé de caminar entre algodones. La senda se transformó en polvareda, en grava, en lodo, en caucho, en asfalto. Comenzaron a edificarse muros a mi paso, que a veces perforaba urdiendo sesudos planes y otras traspasaba con la energía del espíritu. Algunos parecían infranqueables.

A los veinticinco, ayer, como quien dice, el mundo se había convertido un torbellino. Ví como una ráfaga arrasaba de raíz nuestros campos de algodón. Vi como el Sur se acercaba al Norte. Vi cómo las distancias ya no eran geográficas. Vi los mismos rostros, el mismo hedor a hiel, en la parada del metro, en el bar de la esquina, en la sala de espera. Vi medrar ingresos y agrandarse deudas.Vi cómo nuestro Sistema se tambaleaba completo. Y yo que siempre lo había respetado tanto, yo que era un engranaje perfecto del sinsentido. 

Empecé a hacerme preguntas incómodas todas las noches, a escuchar rugir a las entrañas de mi nevera, a contener la ira frente a la nómina, a golpear los cajeros automáticos o rasgar los carteles de propaganda.

Hace unos días fui abofeteada por primera vez. Yo, que nunca he roto un plato. Entonces, ya no vi, ni pensé, ni creí, ni sentí. Viví en carne propia. Y lo asenté todo de un plumazo. Volaron algodones, larvas y mariposas. Mordimos polvo, grava, lodo, caucho, asfalto. Supongo que aquellos no eran precisamente ciudadanos ejemplares, pero representaban a nuestras instituciones y tendrían por tanto plena impunidad. Y no eran ellos siquiera, era una bofetada tan incorpórea como real. 

Viví cómo lo absurdo, lo injusto y lo oscuro pueden convertirse en bofetada y cómo lo cuerdo, lo inocente y lo inmaculado pueden convertirse en mejilla.


Y eso fue bueno.

Me alegro de ese jarro de agua fría. Me alegro de ese olor a bilis negra. Me alegro de haber conocido a un buen puñado de Guerreros de la Luz.  Me alegro de que el sinsentido común fuese pisoteado por el sentir común, porque esa es la prueba de que somos capaces de derribar muros. 

Ahora albergo plena fe en la Humanidad.




Aunque supongo que todavía soy muy joven.

miércoles, 8 de agosto de 2012

Caprichos para violín y cuerpo


O "Elucubraciones nocturnas sobre cómo Ara se enamoró de la danza"...

Desde que me lo regaló a los ocho años, mi padre me decía que tenía una relación tan intensa con mi violín que jamás amaría a una mujer. 
En ese momento, no sé si sabía menos del amor o de las mujeres. Me limitaba a llevar de periplo a mi fiel compañero, amoldarme a sus curvas y tomármelo a juego. Reía a carcajadas, saltaba y me revolvía sobre sus notas. Lo tocaba con una y otra mano, sentado, de rodillas o boca abajo. Convertía  en armonía los sabores, colores y texturas del Líbano. 

Con el tiempo, hemos ido migrando de un lugar a otro. Hemos conocido el tango, el jazz, el flamenco, la cámara, el canto bereber, gitano, y oriental. 

Este amigo tiene una armadura de arce, pero esconde un alma humana. Y cada vez me pesa más sobre el hombro izquierdo. Hemos mantenido una relación, digamos, asimétrica. Él tiene más de 300 años y permanece impasible frente al paso del tiempo. Yo rozo los cuarenta y me surcan el rostro las primeras arrugas. A veces pensaba si sería lo bastante bueno para él, me veía como  un instrumento circunstancial  que él empleaba para expresarse.  He sentido tantos celos.... ¡malditos celos! De sus antiguos dueños, de los que estén por llegar. Me he comportado como un amante atormentado. Me levantaba intranquilo por las mañanas y me acostaba mirándolo por el rabillo del ojo.  Quería empaparlo de todo lo que soy, condensar mi mundo en sus acordes. Yo y mi violín, por España, Inglaterra, Alemania, Argentina, Nueva York o Taiwan. Todos los lugares tenían un nexo común, un público generoso y un nicho de sabiduría. Sin embargo, cada vez que interpretaba una melodía, sentía las notas vagando por el vacío.

Hace unos meses apareció, mientras ensayaba. Debió de confundirse de estudio y no me importó. Acababa de comenzar a interpretar el capricho nº 24 de Pagagnini y tenía los dedos agarrotados por el frío. Ella iba descalza, con unas mallas negras ajustadas. Tenía una mirada muy profunda. Sentí como escrutaba mis notas, cómo interrogaba a mi violín, cómo se embebía en sus calados, cómo el alma se le enrollaba alrededor de los tobillos, los muslos, las caderas, la cintura, el dorso, el reverso, el cuello, los brazos... Comenzó a moverse con tanta naturalidad que sentí toda la fuerza del Universo condensada en ese instante. Tocaba el infierno con la planta a de los pies y las alturas con la punta de los dedos. 

Desde entonces, supe que no volveríamos a separarnos. Mi violín se ha hecho corpóreo, su cuerpo acústico. Y mi música, se ha transformado en Amor.

domingo, 29 de julio de 2012

De farolas y estrellas

En la noche cerrada del desierto, las pupilas del niño nómada se funden con las estrellas del firmamento. 

Tras pasar la jornada bajo ese Sol abrazador, Padre de la Tierra, ondeando dunas, olfateando agua, haciendo acopio de víveres y fuerzas, surcando las arenas, pasito a pasito, él, su padre y el camello, tapados hasta los dientes, griñón en rostro y ojos despiertos, perfilados de carbón; ahora, las caricias luminosas de la Luna le dan las buenas noches. Duerme arropado por un manto de estrellas y por una brisa, hoy tenue, pero que en ocasiones rasga la piel como un sable. Sabe que las estrellas son libres porque a veces se fugan, otras veces se mudan y retornan a su lugar al cabo de un tiempo tras un largo periplo, como un hijo pródigo. Él se siente libre, tan libre como ellas.

No conoce otro mundo, sus pertenencias son rocas resquebrajadas, arenas movedizas, flores del desierto... y alguna que otra serpenteante viborilla, docenas de escorpiones camaleónicos, queso de cabra y miel de dátil. Su casa es tan grande como el desierto. Nunca se siente solo. 

Durante algunos periodos, encuentra a otros que, como él, surcan las arenas. Varias familias coinciden en los oasis, cuando su padre comercia o practica el trueque (siempre le amenaza con cambiarle por dos camellas ante una falta de obediencia). Él se entretiene jugando y contando aventuras al resto de chiquillos. Hablan el mismo idioma. Todos valoran el Agua, la Sal y la Tierra. 

Se cargan de vituallas y continúan el camino. Durante esos primeros días de ruta, mientras camina al lado de su padre, va sonriendo y masticando dátiles, ese manjar glorioso, fruto del guiño de una estrella.

Esta vez algo ha cambiado. La última parada se alarga más de la cuenta. El niño observa a su padre negociar con mayor agitación, moviendo nerviosamente las manos con gestos al alza. Al terminar, agacha la cabeza. Hace muchos meses que no comen dátiles, está flaquito flaquito y ha dejado de sonreír. En última instancia, entregan al camello. Padre e hijo, en lo alto de una duna, con la piernas cercenadas, despiden a su vieja amiga que se aleja entre las dunas junto a otros de su especie y un grupo de mequetrefes armados de rifles y machetes.

Su padre suspira. 

Hijo, nos vamos del desierto. Me ofrecieron trabajo en la ciudad. 

¿La ciudad?,  pregunta el niño. 

Te encantará. Es una tierra arada habitada por millares de personas, tendremos una casa con paredes de adobe, abriremos puertas y ventanas por el día y cerraremos con candado por las noches. Podrás jugar todos los días con otros niños de tu edad. 

¿Y la Tierra, el agua, las flores del desierto? 

Nada de eso te hará falta. Allí se encuentra de todo a diario, comerás dátiles hasta hartarte y el agua rebosará de unos manantiales fabricados por los hombres. 

El niño suspira, siempre ha pensado que el agua es fruto de la tierra, que los dátiles son el manjar soñado, y que lo que se hace a diario, al convertirse en rutina, deja de ser manjar. Pero calla y obedece, ya no sabe si vale dos camellas.

Llegan a la urbe a pie, acompañados de un tumulto de hombres que hacen acopio de una tierra donde todos se aglutinan, levantan muros, luchan por la comida que se reparte a diario entre gritos y empujones, asedian el alma entre cuatro paredes, acumulan rastrojos y sobras que desprenden hedor a podredumbre y orines en las aceras. Caminan deprisa, corren, a menudo en vehículos motorizados que ensordecen las sienes mal acostumbradas. Poco a poco, el niño ve cómo su universo se encoge a medida que aumenta del horizonte entre las casas de adobe y  el olor a hiel. No puede soportar la pérdida de su Patria Natural, el trueque por ese artificio viciado. Ni siquiera comprende su idioma. 

En la noche cerrada de la urbe, las pupilas del niño nómada se funden con el obscuro del habitáculo. 

Decide salir a la calle. En medio de un sepulcral silencio, descubre que ya no hay manto astral, ni luz crepuscular, ni caricias de Luna, ni camino de granos de oro. De su garganta emana un grito aterrador al observar un mástil lúgubre y férreo que sostiene en lo alto una lucecita titilante. 

Su padre lo escucha y corre a socorrerlo. Al llegar, encuentra al niño hecho un ovillo en el suelo, ahogado en un mar de lágrimas, en el centro del halo de luz de artificial. 

¡Papá, papá!, solloza señalando la tétrica figura, ¡han apresado a una estrella!

miércoles, 25 de julio de 2012

La mer au plus près

Solo con el horizonte. Las olas vienen del Este invisible, una a una, pacientemente; llegan a nosotros y, pacientemente, vuelven a partir hacia el Oeste desconocido, una a una. Largo camino, jamás comenzado, ni concluido.

Los ríos y arroyuelos pasan, pero el mar pasa y permanece. Así debería ser el amor. Fiel y fugitivo.

Tomo a la mar por esposa.


 "L'été"
Albert Camus

viernes, 20 de julio de 2012

Sordo y firme

... Me siento para que el paisaje
prosiga sin sobresaltos,
su inmovilidad de terreno circular
balizado por sombras puntiagudas.
Me siento para oír las voces
que fueren surgiendo del olvido,
la esquiva y depurada espuma de los años.
El suelo frío aún alberga
la tibieza de huellas distantes,
remota caricia
en el cuerpo sin memoria de la tierra.
Mas nosotros -yo y los mudos
compañeros que viajan en mí-
lo escuchamos en los gestos
no premeditados de la piedra
y del árbol, en el rumoroso
murmullo del alto viento.
Algo sin voz grita
y en el eco se desdobla
sollozante, recuperamos
-recogiéndolo en la curvatura
amorosa de las manos en concha-
el residuo salino
de una humanidad perdida,
ralo fulgor entre los dedos vacíos.


Rui Knopfi
"Mangas Verdes com Sal"

miércoles, 18 de julio de 2012

AA


Antes era un tren llamado Vida.
Ahora estoy como esperando a Godot.

Antes salía a relucir.
Ahora lo escarbo.
Antes era juego.
Ahora es pasatiempo.

Antes era Bello.
Ahora es velludo.
Antes era Bueno.
Ahora es vicioso.
Antes era simple.
Ahora laberíntico.
Antes era puro.
Ahora adulterado.

Antes los besos eran caricias del alma,
ahora cotizan en el Mercado de Valores.

Antes derrochaba y me sobraba.
Ahora ahorro y nunca tengo suficiente.

Antes soñaba.
Ahora añoro.
Antes disimulaba.
Ahora finjo.

Antes dormir era un regalo.
Ahora le robo horas al sueño.
Antes me levantaba de un salto.
Ahora me cuesta afianzar los pies.

Antes era niña.
Ahora un poco hombre.
Antes era transparente.
Ahora opaca.

Antes languidecía.
Ahora me incendio.
Antes me enaltecía.
Ahora me ignoro.

Antes huía.
Ahora me persigo.

Antes,  era.
Ahora, estoy.


viernes, 13 de julio de 2012

jueves, 5 de julio de 2012

domingo, 1 de julio de 2012

Noche de fiesta


Estaba acabando de tender la colada cuando la calle de enfrente se tiñó de rojo. Cláxones, silbidos y gritos de júbilo inundaron el barrio. Asumí la victoria y se me contagio la euforia. Como en anteriores ocasiones, sólo momentáneamente.

Pasa la noche, y la marea sigue inundando las aceras. Empiezo a pensar que tal vez exista un motivo más profundo. Tal vez los fusiles hayan empezado a lanzar golosinas, tal vez no hagan falta cerrojos, tal vez el dinero haya dejado de ser moneda de cambio. Tal vez las mujeres den a luz con un orgasmo, todos los niños vayan a la escuela o en los vientres de los hombres germinen flores. Tal vez se hayan abierto las fronteras, se hayan cerrado las cárceles  y todas las banderas sean de colores. Tal vez más gente que nunca esté haciendo el amor, o plantando un árbol, o escribiendo un libro.

Se me ha contagiado la euforia, pero esta vez perdura. Se inflama. Explota. Creo que debería salir también a celebrar.

domingo, 24 de junio de 2012

... y a veces se aprende que los muros también pueden traspasarse, y no sólo la belleza al otro lado, sino tu silueta enmarcada sobre sus paredes.

El muro nos hizo Ser.

jueves, 21 de junio de 2012

Muros

Recuerdo cuando me perdía en un bosque de sauces llorones, cuando trepaba entre lianas, cuando caía al abismo, cuando pisaba arenas movedizas, me revolcaba en el lodo y me lavaba las heridas.


Recuerdo cuando surcaba los mares y serpenteaba los arroyos, cuando subía montañas, cuando me dejaba arrastrar por un viento ligero.


Cuando perdía la noción del tiempo. Cuando me construí aquella nave espacial.

Recuerdo cuando la Orbe se encogía y el átomo se expansionaba hasta hacerse inabarcable.

Recuerdo la lluvia, los torrentes, los estanques sucios, de vida concentrada.

Recuerdo cuando subía con carga, cuando bajaba sin freno.


Recuerdo ese camino que era vereda cuando lo estrenaba,

"y que es estepa cuando el sol lo quema,

y que es desierto cuando el sol lo abrasa"...



Ahora ahora no hago más que chocar contra muros.
De materia bien diversa.
A cual más firme.

Será el caucho en los zapatos.
Será el asfalto en las sienes.
O el cemento en el corazón.

martes, 19 de junio de 2012

Universo Íntimo


Estaba sola. Llevaba todo el día en pijama. Un pijama veraniego de tela fina que dejaba adivinar tímidamente su silueta y el contorno de sus redondos pezones. Le gustaba mirarse al espejo cuando lo llevaba puesto. Discreto, sensual, alado. 

El sudor se le adhería a la piel formando una fina película, tibia y deslizante. La cultivaba desde hacía meses de forma tan natural como entregada. La abonaba de sueños, la regaba con lágrimas de esperanza, la aireaba al frescor matutino y al candor del atardecer. 

Estaba sola. Y la sangre bullía más que fluir. Le irrigaba de la piel a las entrañas, le aguzaba el sentido y le quitaba el aliento. Deseaba compartirlo fervorosamente, mudar la piel, alentar fantasías, entregar ese tesoro incandescente en un instante voraz.

Pensó en llamarlo. Por una vez. Después de tanto tiempo. Tal vez hoy… y si… ¡quién sabe!… podría ser ese instante, ese que nunca llegaba… tal vez para él también… por una sola vez.

Pensó en pender del hilo telefónico, en agarrar su voz al disimulo, frivolizar el ardor de su deseo (“si no tienes nada mejor que hacer”)… pensó en el sobresalto del estridente timbre del portal, el refilón del espejo… y descorchar el pomo de la entrada, derramar la espuma ensortijada en sus cabellos…, una mirada coqueta y juguetona, traqueteo de sí-noes y banalidades bienintencionadas, acompasadas, pendulares, directas al estoque… pensó en inquirir, silenciar, negar, sugerir, perorar, ablandar, provocar, desbordar holguras… y abrirse paso, por el camino de savia salivante, al interior de su gruta, y colgar un candil de sus tinieblas, y dejarse hacer, a la luz de la vida desbocada y sin ambages. Y gritar al vacío de su Ombligo. Y escupir al amor.

Al volver en sí, se descubrió armada de lienzo y pluma. Exhaló un suspiro. Recordó esa frase del poeta que le había golpeado hacía unos días: “En ocasiones, mi universo literario es mucho más rico, más puro, más íntimo que mi mundo real”.

Por una vez, se alegró de sólo haber pensado. 

Si lo hubiera hecho no lo habría escrito. 

Ni habría sucedido como lo escribió.

lunes, 18 de junio de 2012

Belleza


De repente he sido capaz de definirla... tengo una belleza ingrata.

Refugiados

Parece que este libro nos anda leyendo los pensamientos... resume así la conversación de esta noche:

"Somos refugados que hemos cruzado la frontera para buscar asilo en una ciudad ajena, y luego en otra, y en otra más, hasta que descubrimos que no hay ciudades propias pobladas por sus propios moradores sino solo ciudades ajenas cuyos habitantes son todos fugitivos llegados a ellas en busca de refugio".                  

                      "El cazador de instantes". Rafael Argullol.

Creo que es lo que me hubiera gustado decir.

Un beso y buenas noches.

jueves, 14 de junio de 2012

Rescate


Quiero entrar en esta casa sin puertas ni ventanas en la que estoy recluido. Necesito rescatarme.

"El cazador de instantes". Rafael Argullol 1995.

martes, 29 de mayo de 2012

Vea Dios y lo venga

Estaba en su oficina tecleando como un descosido. Los dígitos se mezclaban con las letras en una especie de akelarre ensordecido. Su cabeza bullía como una olla a presión y hacía horas que había dejado de sentir los miembros inferiores. Se encontraba tan cerca de aquel factor de impacto que tuvo miedo de morir al chocar de bruces. Toda su vida se había propulsado hacia aquel instante que consideraba tan trascendental. Lo tengo. Lo tengo. Llego a la meta. Un millón de palabras por hora. Un trillón de cifras por minuto. El mundo condensado en el ciberespacio, convertido en una ecuación ecuménica a punto de ser descifrada. Dios está conmigo, que es como decir Soy Dios.

Y como por arte de magia, siente que le pica el ombligo, que el corazón le palpita, que se le endurece el miembro, que le arden las entrañas. Le ciegan los sentidos. Esboza una sonrisa. Y decide, como acto reflejo del alma, condensar toda esa fuerza vital, el vacío indisoluble, la presencia de Dios, en un cruzar de brazos.

Y como por arte de magia, desata un torbellino que sacude las entrañas de la Orbe. Se desparraman los papeles por el suelo, se apagan las luces, vuelan las plumas, suenas los cláxones, grita el gentío, huyen los cobardes, regresan los fugitivos... y ríe a carcajadas, en su cruzar de brazos ha liberado las piernas, y se deja mecer por un viento pendular al son de las sirenas. Vea Dios y lo venga.

Decide salir. Abre esas compuertas de metal que siempre le parecieron infranqueables. Se deja cegar por una luz que había considerado más artificial que la de su cubículo. Oye el latir de la Tierra, el susurro del Mar, el eco de los Árboles.

Descubre que el mundo es Mundo.

domingo, 27 de mayo de 2012

Prólogo

Hacía mucho tiempo que no leía un prólogo. Siempre me desborda el ansia de narrativa y prefiero sumergirme de un chapuzón en la obra.
Esta vez me había topado con el único libro enjundioso que encontré en casa de mis abuelos. Relatos de Tolstoi de una colección de obras maestras de bolsillo, tapas duras cinceladas en dorado, hojas amarillentas y ese olor rancio de acumular décadas en la última estantería. Lo llevaba en el bolso y lo leía en el metro, hasta que el otro día terminé el último relato, "El padre Sergio", y me encontré esperando en el andén en la otra orilla de lago de papel. Así que decidí volver a la primera página y devorar cualquier letra que hubiera pasado por alto.
E hice bien.
Hay prólogos que son epílogos.
Me emocioné tanto redescubriendo al León que había hecho latir mi adolescencia, repasando la vida y milagros del sabio de barba blanca que supo inmortalizar el corazón de un pueblo, que dejé pasar varios trenes con su “chucuchú chucuchú chucuchú”.
Hasta que terminé el prólogo.
Se acabaron el papel, la tinta y los latidos.

Y volví a encontrarme, al filo de lo posible y muerta de vértigo.
Perpetuando la primera página del libro de mi existencia.
A orillas de mi eterno prólogo, mar muerto.
Inmóvil ante el andén. Ante mi esencia.
En pos de esclarecer.
Que el grueso de mi vida se impregna en el papel
o se mece en el viento.
Que he sentido más lo imaginado que lo vivido.
Que lo más sólido es lo más etéreo.
Que al fin, hablando de tangibles materiales, soy polvo en el desierto.
Que más bien no soy médico, ni soy bailarina, ni escribo con enjundia.
Ni hablo más que los muertos.
No soy amazona, ni soy cortesana, ni monja, ni puta.
Sólo una estatua de sal que de cuando en cuando corroen las lágrimas.
Sueños, ideas y palabras agazapadas al fondo de la garganta.
No quiero cargar peso a las espaldas.
Lucho contra una desidia elástica y pegajosa.
Huyo de mí y de mis consecuencias.
Eterna fuga consternada.
Inspiración temerosa tras un fondo gris oscuro.
Esperando un empujón que me sumerja en esta tierra.
En este lodo.
Tal vez una palabra sola. Un grito mudo. Un susurro ensordecido.
Por Dios. Una chispa de vida que me encienda el alma,
lo conecte a las sienes y me abra la garganta.