domingo, 10 de febrero de 2013

El caballo y su jinete

El escritor alza sus ojos del papel. ¿Para qué escribo?, se pregunta. ¿Es una generosidad o un egoismo? ¿Qué espero de escribir?, ¿es algo inevitable como la llegada de la primavera o del atardeder o de la muerte?

Algún día escribí para destinatarios favorables, que se complacían o se condolían conmigo ¿Quería ser yo, o quería -probablemente- ser algo más que yo? Quizá fueron aspiraciones excesivas. Quizá mi deseo fue disfrutar doblemente del instante -disfrutarlo y contarlo- y descansar en la esperanza de que otro habría después de él, formando un tiempo inagotable. Era una situación efímera pero dichosa en que todo lo amado parecía asequible. ¿Cómo no creer entonces que el arte podría salvar al mundo, o podría salvar al hombre? (...) Pero, ¿quién es capaz de abandonarse al instante sin cuestionarse a sí mismo? Un escritor, no. Y si es imposble comprenderse, ¿cómo se comprenderá a aquel a quien nos dirigimos? (...)

Todo es confuso hoy. Vivo en un tiempo que ha dejado de ser mío y en un lugar que no me pertenece. El tiempo es nuestro cuando nos llena y lo llenamos, cuando tratamos de mejorarlo de acuerdo con nuestros semejantes y damos por hecho principios de los que ni siquiera es necesario hablar. Pero, si es que los hay, ¿cuáles son los principios de este tiempo, al que me asomo desde fuera, como desde una ventana alquilada, y lo contemplo extraño a mí, y me llega el fragor de su ajetreo con la turbiedad con que le llegaría a un sordo que, desganada, acaba por volver la cara contra un muro? (...)

La realidad -que puede ser cruel, pero no engaña- ha dejado su sitio a la metáfora; el creador, al intérprete; la vida exigente y auténtica, al teatro; el contenido, a la forma. Los residentes de este difuso manicomio se mueven en función de la moda, de la fama y de las marcas, manejados por poderes incógnitos. (...)

¿Para quién, pues, escribo? Para el pasado, no. Para lo que en el presente quede de su luz. Para los escasos seres de carne y sangre que, antes o después, se acogerán a un gueto que los proteja de la agresión gratuita, de la superficialidad, de la ceremonia gestual y el odio a la ternura; y para quienes, en contra de la corriente, se empeñen en seguir escrutando el lenguaje cifrado en que se han ido convirtiendo las palabras...

No sé bien para quién escribo, ni por qué, ni qué espero, ni si espero. Me refugio en la vieja leyenda exculpadora: "¿Dónde vas?", le preguntaron a Itzig, el jinete. "No lo sé - respondió-. Preguntádselo a mi caballo".

Sin que las cosas lo adviertan ha anochecido. El escritor no da la luz; baja los ojos y continúa, a ciegas, escribiendo.



 "A quien conmigo va".
Antonio Gala.

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