lunes, 5 de marzo de 2012

Asistencia diferida a la creación de la UE

De aquella extraña y curiosa manera el europeísmo siempre me ha interesado. He viajado con considerable asiduidad por el continente, he hecho importantes esfuerzos de confraternización con sus integrantes, he vivido en la capital logística de la Unión y paso a golpe de péndulo del euroescepticismo al euroentusiasmo al menos una vez al año. Estas son algunas de las razones que me impulsaron a unirme a una asociación europea de residentes de mi especialidad en proceso de consolidación.

Intervenir en esta clase de eventos resulta a la par motivador y frustrante, pues te permite tanto formar parte de sus cimientos como adentrarte en los entresijos y claroscuros de su estructura. Además, me pareció un ejemplo ilustrativo del más que posible funcionamiento de los organismos de gobierno a gran escala.

Resumo, a grandes rasgos:
Podríamos bautizar el evento como la “4ª Cumbre Europea de Especialistas Inocentes a la par que Entusiastas”. Citas cuatrimestrales. Esta vez  con sede en London.
Dos días previos de ejercicio de agenda oculta entre “guinnes” y “pies” a tropecientos “pounds”, durante los cuales los franceses pretenden imponer su “oh la la”, los ingleses su “oh my God”, los italianos su  “andiamo andiamo” y a las que los españoles, si llegamos, llegamos a premeditada deshora pues nuestro toque “naive” constituye nuestra mejor forma de ejercicio de poder (cosa que desagrada bastante a unos anfitriones cuyo porte británico les impide expresar su desaprobación).

Llegado el día de autos, asisto a una jornada completa de discusiones vacuas, entre estatutos, puntos clave y visiones estratégicas encauzadas por los principales stakeholders locales. Palabras más reiteradas, tan contundentes en su forma como vacías en su contenido “Aim, aid, budget, compromise, consensus, cooperation, corporation, equity, ideals, limits, long term, purchase, responsibility, strategy, targets, vision”. Y una vez más, pelea de gallos de distintos acentos, unos con su té con pastas, otros con su queso “brie” y los más rústicos con su bocata de tortilla. Tras varios cientos de vocablos vacíos encajonados dentro de un reloj de cuco que no dejaba de sonar (¡ding dong ding dong!), sin dejar espacio a la espontaneidad, la fluidez sensata… me descubrí amarrada a mi improvisado escaño como una muñeca aprisionada en la caja del tiempo, el espacio y mi limitada capacidad léxico sintáctica anglófona. Me planteé qué sacaba en claro de todo aquello, qué teníamos en común, en qué nos parecíamos, por qué nos interesaba estar juntos. Al final del día, descubrí una parcial respuesta al discutir sobre cuál sería la próxima sede (fue el tema que más defendió cada interesado) y al trasformar los ipads y los notebooks en unas cuantas botellas de vino francés a tropecientos “pounds”, unas cuantas cervezas a otros tropecientos y media docena de cangrejos cuyo contenido no sabía desincrustar de su recipiente y tras disfrutar nuevamente de una retahíla de palabras vacías que culminaron con el intercambio de unas cuantas miradas lascivas al más puro estilo DSK, a las cuales decidí no conceder réplica alguna.  Para más inri, vomité la cena más cara de la historia y me retiré tan pronto como pude para analizar el juego desde una prudencial distancia.

¿Qué saco en claro de todo esto? En primer lugar, me resultó curioso cómo cada uno de nosotros proyectábamos  nuestro porte, nuestra historia, nuestra cultura y nuestro país de origen de forma mucho acentuada de lo que acostumbramos dentro del mismo, hasta parecer haber salido de uno de esos chistes de adolescentes (“se justan un inglés, un francés y un español…y el español se hace tortilla… ¡porque le pone más huevos!). Llegué a pensar que no podría haber mejores embajadores para una tira cómica satírica. Con cada alto transfronterizo, el inconsciente nos empuja a patriotizarnos hasta llegar a la caricaturización. Nos convertimos en nuestros propios guiñoles. Nos esforzamos por imprimirnos carácter castizo para distinguirnos del resto y reforzar nuestra presencia y sin darnos cuenta acabamos sepultados bajo nuestro estereotipo. He de reconocer que viajando por Europa es donde mas española me siento y más orgullosa estoy de serlo, marco mi acento, bailo sevillanas, defiendo hasta los toros y añoro las tapas y la paella. En el resto del mundo, no me hace falta, olvido mi origen, soy mucho más yo y disfruto de lo que cada cual tiene a bien ofrecerme, alabando y valorando cada pequeño gesto. Pero en Europa no. En este tipo de eventos parece que no puedes ser nadie sin una etiqueta roja y amarilla. Tal vez sea  una pueril forma de canalizar un encubierto complejo de inferioridad, miedos, prejuicios y reticencias infundadas. 

Tal vez en parte por eso la Unión es y no dejará de ser una entelequia, incluso para las venideras generaciones, porque será inevitablemente una reunión entre desiguales luchando por diferenciarse y persiguiendo un objetivo común muy artificial y un poco envenenado. No nos entendemos, no nos parecemos, ni siquiera nos queremos, vamos como viejos sabuesos exhibiendo nuestras singularidades, en una caricaturesca pasarela de idiosincrasias. Incluso me atrevería a  decir que muy probablemente nuestro idioma común sea tan solo el del deseo.


"What is the aim?", "what is the compromise?", "what is the vision?", no lo tengo nada claro (y lo hago extensible a las altas esferas), probablemente nada más allá de juntarnos de vez en cuando, de disfrutar del placer de debatir, de ejercer el poder, de practicar  la oratoria y tal vez de dar unas migajas de solidaridad cuando podamos permitírnoslo y principalmente cuando podamos obtener de ella algún beneficio, y de paso, perpetuar una hegemonía encubierta, disfrazada de estrellas doradas en círculo, ofrecer nuestros bienes y servicios, tangibles y placenteros, a cambio de imposiciones con ceros y decimales, y engancharnos al carro de los que tiran con fuerza, a ver si se nos pega algo (si es que eso es lo que queremos).

Pero no puedo negar que se me antoja a la vez un reto cuanto menos divertido el de mantenernos a flote en esta torre de Babel. Tenemos un pequeño exponente de la globalización a solo un par de horas de distancia, una compleja oportunidad de cambio, de riqueza inmensa de costuras y formas, un micromundo de una amplia gama de grises pero con iris de mil colores… !y eso es todo un aliciente para las miradas!. Así que cerremos la boca. Y mirémonos. 

El resto ya lo decidirá el Mercado, que anda, como yo, a golpe de péndulo.

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