martes, 29 de mayo de 2012

Vea Dios y lo venga

Estaba en su oficina tecleando como un descosido. Los dígitos se mezclaban con las letras en una especie de akelarre ensordecido. Su cabeza bullía como una olla a presión y hacía horas que había dejado de sentir los miembros inferiores. Se encontraba tan cerca de aquel factor de impacto que tuvo miedo de morir al chocar de bruces. Toda su vida se había propulsado hacia aquel instante que consideraba tan trascendental. Lo tengo. Lo tengo. Llego a la meta. Un millón de palabras por hora. Un trillón de cifras por minuto. El mundo condensado en el ciberespacio, convertido en una ecuación ecuménica a punto de ser descifrada. Dios está conmigo, que es como decir Soy Dios.

Y como por arte de magia, siente que le pica el ombligo, que el corazón le palpita, que se le endurece el miembro, que le arden las entrañas. Le ciegan los sentidos. Esboza una sonrisa. Y decide, como acto reflejo del alma, condensar toda esa fuerza vital, el vacío indisoluble, la presencia de Dios, en un cruzar de brazos.

Y como por arte de magia, desata un torbellino que sacude las entrañas de la Orbe. Se desparraman los papeles por el suelo, se apagan las luces, vuelan las plumas, suenas los cláxones, grita el gentío, huyen los cobardes, regresan los fugitivos... y ríe a carcajadas, en su cruzar de brazos ha liberado las piernas, y se deja mecer por un viento pendular al son de las sirenas. Vea Dios y lo venga.

Decide salir. Abre esas compuertas de metal que siempre le parecieron infranqueables. Se deja cegar por una luz que había considerado más artificial que la de su cubículo. Oye el latir de la Tierra, el susurro del Mar, el eco de los Árboles.

Descubre que el mundo es Mundo.

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