miércoles, 23 de enero de 2013

Fuentebella





En el alegre pueblo de Fuentebella toda la aldea despertaba con la música aguda del gallo cantor.

Fuentebella era un pueblito pequeño, donde había una abuela que ni para dormir se quitaba la sonrisa, una vaca que daba leche de sabor canela, un perro y un gato, que eran muy buenos amigos, una oveja con lanas de seda, un saltamontes verde como las hierbas del campo, dos hormiguitas negras y un gallo de roja cresta y de voz rojo pasión.

Cada mañana, al cantar el gallo, el pueblo se ponía en marcha. La abuela se levantaba y ordeñaba a la vaca con cuya leche preparaba un suculento desayuno. La vaca mugía despertando al perro y al gato, que entre bromas  y risas despertaban a la oveja, la cual era ordeñada después para preparar el mejor queso de la comarca. Al frescor de la leche acudía el saltamontes, que se pasaba el día brincando y brincando para poder observar todo lo que pasaba en el pueblo y cuando había visto lo ocurrido, se lo chivaba a las hormiguitas, que siempre eran las últimas en enterarse de todo.

La vida transcurría con tranquilidad en Fuentebella, entre el susurro de un viento suave y el calor de un sol radiante, hasta que un buen día apareció en la aldea un camión ruidoso y polvoriento, que ensordeció al saltamontes con el ruido del motor y cegó a las hormiguitas con el polvo de sus ruedas.

El conductor llamó a la puerta de la casa de la abuela, quien se encontraba preparando un queso delicioso:
-          Necesito un gallo de pelea y me han dicho que el canto de éste se oye cada mañana en toda la comarca. Estoy seguro de que con esa potencia vocal será aún mayor su fuerza física.

-          El gallo nos acompaña cada mañana -dijo la abuela- sin él no distingo el comienzo del día.

-          Podemos hacer un trato -propuso el comprador con una sonrisa contenida- le cambiaré el gallo por un aparato que la despertará sin falta todas las mañanas.

El comprador abrió una sucia maleta y le mostró un extraño aparato ovalado bordeado de números y con un par de agujas que formaban un ángulo variable:
-          Con esto no sólo sabrá cuándo ha de levantarse - sugirió con voz persuasiva- también le indicara la hora en cada momento, y así podrá planificar su día de trabajo.

La abuela observó el objeto extrañada. Su gallo cantor siempre le había sido fiel y su trabajo lo realizaba gustosa durante la jornada guiándose con la fuerza del sol hasta que desaparecía entre las montañas. Sin embargo,  persuadida y sobrepasada por la insistenciadel comprador, accedió al trato. Éste se llevó al gallo con aires de triunfador y dejó Fuentebella sumida en el silencio. A cambio, la abuela recibió una suculenta cantidad de dinero, que observó en la palma de su mano durante un minuto. Encogió los hombros y guardó la gran suma en el rincón más recóndito de su dormitorio.

Al anochecer, la abuela colocó el extraño objeto sobre la madera en la que siempre cantaba su gallo, en el centro del corral, y se acostó tranquila soñando con la voz con que la sorprendería su nuevo compañero al amanecer.

Sin embargo, a la mañana siguiente no cantó el gallo.  Permaneció mudo en el centro del corral, moviéndose sólo sus agujas, acompasadas, silenciosas, puntuales.

Al sol se le olvidó salir aquel día y la suave brisa se volvió perezosa. La abuela no volvió a despertarse y la vaca no dio leche en la mañana. El perro y el gato dejaron de jugar, la oveja de dar queso y el saltamontes perdió las ganas que dar brincos, pues no había nada interesante que observar y que contar a las hormigas, que se habían quedado ciegas y no volvieron a salir del hormiguero.

Aún es el día en que el tiempo pasa y pasa en Fuentebella, con la marcha exacta de una agujas que se van cubriendo de óxido, y el pueblo duerme y duerme, esperando  que el gallo cantor anuncie con voz limpia el comienzo de un nuevo día.

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